Letras de dragón


LETRAS DE DRAGÓN



Era lunes. Laia llegó a casa después de pasar todo el día en el colegio y se asomó a la habitación donde su padre solía pasar la tarde junto al ordenador. Laia se preguntaba a menudo “¿a saber qué está haciendo? siempre que le entretenga tanto” pero nunca se lo preguntó, limitándose a saludarlo con un dulce: “Hola papá”. A veces recibía por respuesta un “hola preciosa”; otras, un triste “hola”; y la mayoría de ocasiones, solo obtenía silencio.

            Después siguió con el pequeño protocolo de cada tarde:  preparar su merienda y subir rápidamente al sitio más mágico, sorprendente e íntimo que existía en todo su edificio: la cabaña de la azotea. Era su lugar preferido, ella misma la había construido con gran inspiración y pasión: con sábanas viejas que mamá le prestó; algunos cojines deshilados por los arañazos de su gato (según ella todavía eran aprovechables); cuerdas y pinzas de tender.

            Laia pasaba allí todas las tardes y hasta el momento nadie en su vecindario había expuesto ninguna queja. Pero este lunes había algo en su cabaña que no le encajaba del todo…era algo especial, muy sutil e impredecible que solo lo podía notar por el latir de su corazón. Revisó su escondrijo de arriba abajo y comprobó que los dos libros que poseía estaban donde los dejó: un libro chino con ilustraciones de dragones (total: no sabía leer) y otro de ciencia y física (a ella solo le interesaban sus fotos); que al alhelí y su dama de noche bien regadas no les faltaba ni una flor; que su telescopio permanecía en su lugar exacto, allí donde ella se imaginaba la ventana.

Al no ver nada extraño, se dispuso a empezar su ritual: merendar, observar las nubes, imaginando con sus formas historias fantásticas y, si quería identificar algún fenómeno extraño, sacaba sus libros. Cuando se disponía a dar su primer bocado, vio un pajarito blanco sobrevolar la azotea; entonces dejó el bocata y se puso a dar saltitos de alegría. Se abalanzó sobre el telescopio para poder observar de cerca, pero no tuvo tiempo, el supuesto pajarito se transformó al instante en algo parecido a… ¡un simple papel! Y se posó lentamente a sus pies. Laia se dijo: “la gente es muy marrana” y con cierta decepción en su rostro se acercó para recoger el papel y tirarlo a la papelera.

Al momento de tomarlo entre sus manos notó que no se trataba de un simple trozo de papel sino de un dragón desplegable ilustrado con muchas letras ¡Sorpresa! Acababa de recibir un regalo del cielo; tal vez tenía un amigo secreto. Temblaba de emoción. Solo tenía algo claro: iba dirigido a ella porque podía reconocer claramente las letras de su nombre: “L-A-I-A”.

¿Quién podría estar detrás de todo esto? Le cayó como un rayo. Quien se lo mandara, bien sabía que amaba a los dragones, pero de una cosa no se había enterado: ella odiaba la lectura. ¿Qué haría con todas esas letras bailando y nublándose en el papel?, ¡no sabía leer!

Laia tenía ya siete años y medio y la falta de motivación y entusiasmo por las letras le había causado más de un disgusto, aunque nunca pensó que realmente esto de la lectura fuese tan importante como le parecía en este preciso instante.

Agarró la nota y bajó lo más deprisa que pudo hasta su casa, entro como viento huracanado hasta la habitación del ordenador y con una sonrisa de oreja a oreja le dejó la nota con forma de dragón a la vista de su papá.

  ¡Qué bonito dragón! – le comentó su papá.

 – Papá, hay más…lee, lee a ver qué pone- le animó

 – No es para mí. Deberás leerlo tú misma.

La respuesta de su padre la dejó helada.

Laia se fue en busca de sus cuadernos de letras, de sus ejercicios de clase, de su material para leer y se puso a investigar letra a letra. Quería saber de qué se trataba, quién lo enviaba…era demasiado emocionante y no tenía tiempo que perder.

Pasó la noche en vela con una linterna dentro de la cama, descifrando la nota: esto es una “O”, ahora va una “N”, un espacio y más letras, hasta que se quedó dormida no sé sabe bien a qué hora, pero a la mañana siguiente... “¡tatchán!”, ya lo tenía. La nota decía:  LAIA: ¿SABES DE DÓNDE VIENEN LOS DRAGONES?

Al día siguiente, martes, como cada, día Laia se dirigió hacia su cabaña siguiendo su ritual. Se encontró un papel con forma de nube, aunque esta vez Laia venía preparada para leer.
Autora: Mariona Mercader
Fuente:http://images.fineartamerica.com/images-medium-large-5/dragon-letter-n-donna-huntriss.jpg

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